Fusilado: H. L. Mencken


Admiró sin reservas a Mark Twain y a Ambrose Beirce: al primero nunca pudo superarlo, con el segundo se batió en casi igualdad de condiciones intelectuales, a veces triunfó y a veces cayó a la lona noqueado, sobre todo cuando apareció publicado el inigualable Diccionario del Diablo. Aunque fue siempre un periodista y comentarista de la actualidad americana, sus notas son tan puntillosas y tan incendiarias, tan cínicas y llenas de ideas arrebatadas o lógicas que algunos lo consideran uno de los grandes ensayistas americanos de la primera mitad del siglo XX. Para mí el apelativo es un pelín exagerado. Sí era muy imaginativo y portaba la dosis justa de mala uva que tanto nos gusta, pero muchos de sus argumentos apenas aguantan una segunda lectura rigurosa. Sin embargo, siempre es una delicia leerlo, y para los cazadores de aforismos y frases memorables es una veta inagotable.

Nació en Baltimore en 1880 y allí mismo murió en 1956. Después de trabajar en varios periódicos y revistas fundó la suya propia, The American Mercury, que tuvo un éxito arrollador gracias al ingenio de Mencken. Los fragmentos que siguen fueron tomados de la traducción de su compendio A Mencken Chrestomaty, que en español lleva el título de Prontuario de la estupidez humana.


Retrato de un mundo ideal (1924)

Es tan sabido que cuando el organismo humano consume alcohol en solución acuosa diluida éste actúa como depresor, y no como estimulante, que hasta los fisiólogos más avanzados empiezan a tomar conciencia de este hecho. El profano inteligente ya no echa mano al porrón cuando está en vísperas de un trabajo importante, ya sea intelectual o manual, sino que recurre a él cuando concluye la tarea y quiere relajar la tensión nerviosa y reducir la presión del bazo. El alcohol, por así decir, nos serena. Levanta el umbral de sensibilidad y nos hace menos susceptibles a los estímulos externos, particularmente cuando éstos son desagradables. Al frenar todas las cualidades que nos ayudan a progresar en el mundo y a sobresalir entre nuestros semejantes –por ejemplo, la combatividad, la astucia, la diligencia, la ambición–, libera las cualidades que nos endulzan y nos hacen simpáticos: por ejemplo, la amabilidad, la generosidad, la tolerancia, el humor, la comprensión. El hombre que se ha echado a la bodega dos o tres cocteles es menos competente que antes para gobernar un acorazado por el Ambrose Channel, o para amputar una pierna, o para redactar una escritura hipotecaria, o para dirigir la Misa en Si Menor de Bach, pero es mucho más apto para agasajar a los comensales, o para admirar a una chica bonita, o para escuchar la Misa en Si Menor de Bach. Quienes mejor ejecutan los trabajos duros y útiles del mundo, que van desde extraer muelas hasta cosechar patatas, son los hombres que están tan sobrios como otros tantos ocupantes del pabellón de los condenados a muerte, pero quienes mejor hacen las cosas bellas e inútiles, seductoras y regocijantes, son los hombres que, como se dice habitualmente, están hechos una uva. El Pithecanthropus erectus era abstemio, pero tengan la certidumbre de que los ángeles saben qué es lo que conviene catar a las cinco de la tarde.

Todo esto es tan evidente que me asombra que jamás ningún utopista haya propuesto abolir todos los males del mundo mediante el sencillo recurso de achispar ligeramente a toda la raza humana y mantenerla así. Recuerden que no hablo de emborracharla, sino sólo de achisparla ligeramente, y ruego que me disculpen por no saber describir ese estado en términos más decorosos. El hombre achispado es el que saca a relucir todas sus mejores cualidades. No sólo es inmensamente más amable que el hombre fríamente sobrio, sino que también es incalculablemente más bueno. Reacciona frente a todas las situaciones con una actitud expansiva, generosa y humana. Se transforma en un individuo más liberal, más tolerante, más benévolo. Es mejor como ciudadano, como marido, como padre y como amigo. Semejantes hombres nunca promueven las empresas que hacen incómoda y peligrosa la vida humana sobre la Tierra. No provocan guerras ni saquean u oprimen a los demás. Quienes perpetraron todas las grandes infamias del mundo fueron hombres sobrios, y casi siempre abstemios. Pero quienes brindaron a la humanidad todas las cosas fascinantes y bellas, desde el Cantar de los cantares hasta la tortuga á la Maryland, y desde las nueve sinfonías de Beethoven hasta el martini, fueron hombres que, cuando llegaba la hora, cambiaban el agua de pozo por algo con un poco de color y con más componentes que el oxígeno y el hidrógeno.

Sé, claro está, que la tarea de achispar a toda la raza humana y de mantenerla achispada un año sí y otro también plantearía formidables problemas técnicos. Sería difícil lograr que la dosis diaria de cada individuo se acomodara exactamente a sus necesidades particulares y sería igualmente difícil hacérsela llegar precisamente en el momento oportuno. Por un lado, existiría siempre el peligro de que ocasionalmente grandes minorías recuperaran la sobriedad total y desencadenaran guerras, disputas teológicas, reformas morales y demás incordios análogos. Al mismo tiempo, existiría el peligro de que otras minorías se embriagaran realmente y nos fastidiaran a todos con sus gritos jactanciosos o sus llantos sensibleros. Pero, naturalmente, estos problemas técnicos no son en modo alguno insuperables. Quizás podríamos solucionarlos renunciando a administrar el alcohol por boca y distribuyéndolo mediante la impregnación del aire con sus vahos. Formulo la sugerencia y la pongo en circulación. Estos asuntos corren por cuenta de hombres idóneos en terapéutica, cuestiones de gobierno y eficiencia comercial. Actualmente contamos con ellos y a menudo sus empresas reflejan una gran dosis de ingenio, pero puesto que en la mayoría de los casos están sobrios, dedican demasiado tiempo a hostigar al resto de la gente. Medio achispados serían diez veces más geniales y quizá su eficiencia se reduciría a la mitad. Miles de ellos, relevados de sus actuales deberes antisociales, estarían ociosos y ávidos de trabajar. A ellos les confío la solución de este problema. Si su éxito no es absoluto, por lo menos será parcial.

Queda en pie la objeción de que aunque se tratara de pequeñas dosis de alcohol, si a cada una de ellas la siguieran otra antes de que hubiesen disipado los efectos de la primera, la salud física de la raza se resentiría, aumentaría la tasa de mortalidad y desaparecerían, exterminadas, categorías íntegras de seres humanos. Mi respuesta consiste en que lo que propongo no es la prolongación del ciclo vital sino la multiplicación de sus goces. Supongamos que su duración se reduzca en un 20 por ciento. Pues yo afirmo que sus deleites aumentarán por lo menos en un 100 por ciento. Engañados por los estadígrafos, caemos con frecuencia en el error de venerar simples números. Decir que A vivirá hasta los 80 años y que B morirá a los 40 no implica una demostración plausible de que A debe inspirarnos más envidia que B. En la práctica, es posible que A tenga que pasar la totalidad de sus 80 años en Kansas o Arkansas, comiendo sólo maíz y carne de cerdo y bebiendo únicamente agua de río contaminada, en tanto que es posible que B pase sus 20 años de vida responsable en la Costa Azul, wie Gott im Frankreich. Aduzco que, aun suponiendo que la duración media de la vida humana se redujera en un 50 por ciento, el mundo que imagino sería infinitamente más feliz y encantador que este en el que vivimos hoy, y que después de haber saboreado su paz y dicha ningún ser humano inteligente volvería por su propia voluntad a las torpes brutalidades y estupideces que ahora padecemos y que nos esforzamos neciamente por prolongar. Si aun en estos días deprimentes los norteamericanos sagaces continúan aferrándose a la vida y empeñándose en estirarla más y más, no lo hacen ciertamente por una razón lógica sino sólo por instinto. El que se obstina es el bruto primitivo que hay en ellos, no el hombre. Éste sabe demasiado bien que diez años en un país auténticamente civilizado y dichoso valdrían infinitamente más que una era geológica bajo las maldiciones que ahora debemos enfrentar y soportar todos los días.

Además, no es obligatorio admitir que una alcoholización moderada de toda la raza reduciría realmente el ciclo vital. Muchos de nosotros ya estamos moderadamente alcoholizados y sin embargo conseguimos sobrevivir tanto como los puritanos. Y en lo que a los mismos puritanos concierne, ¿quién protestaría si la inhalación del aire impregnado en alcohol les produjera delirium tremens y los esterilizara y exterminara? Las ventajas que cosecharía la humanidad en general serían obvias e incalculables. Todas las peores cepas, que ahora no sólo perduran sino que incluso prosperan, desaparecerían en pocas generaciones, y en consecuencia el ser humano medio se alejaría apreciablemente, digamos, de la pauta que marca un clérigo bautista de Georgia para acercarse a la pauta de Shakespeare, Mozart y Goethe. Aunque se necesitaría una eternidad, claro está, para recorrer todo el trayecto, cada generación asistiría a un progreso lento pero seguro. Ahora, como todos saben, no progresamos en absoluto, sino que retrocedemos sistemáticamente. Es tan evidente que el hombre civilizado medio de hoy es inferior al hombre civilizado medio de hace dos o tres generaciones, que no es necesario presentar testimonios para probarlo. Es menos emprendedor y valiente, es menos habilidoso y variado, se parece cada vez más a un conejo y cada vez menos a un león. Las duras opresiones lo han convertido en lo que es. Es víctima de los tiranos. Bien, ningún hombre con dos o tres cocteles adentro es un tirano. Puede ser tonto pero no cruel. Puede ser bullicioso, pero también es tolerante, generoso y benévolo. Mi propuesta reimplantaría el cristianismo en el mundo. Rescataría a la humanidad de los moralistas, los pedantes y los brutos.


Sacrificio (1928)

Siempre me entristece ver a los niños yendo a la escuela. Durante la media hora anterior a las nueve de la mañana pasan bamboleándose por la plaza situada frente a mi casa de Baltimore con el aire abatido de los neoyorquinos que bajan del ferry para ir al trabajo. Casualmente deben marchar cuesta arriba, pero sospecho que se demorarían igualmente si caminaran cuesta bajo. [...]. Por la tarde, cuando vuelven a casa, corren y brincan como gacelas. Están cansados pero se sienten felices, y la dicha de los jóvenes siempre asume la forma de contracciones bruscas y reiteradas de los músculos estriados, en particular los de las piernas, los brazos y la laringe.

A mi juicio, la idea de que los escolares están casi siempre contentos con su suerte implica un triste engaño. En general son capaces de soportarla, pero les gusta tanto como al soldado le gusta la vida en la trinchera. La necesidad de sobrellevarla los convierte en actores. Aprenden a mentir… y quizás esto es lo más valioso –para un ciudadano del mundo cristiano– que aprenden en la escuela. Ningún niño quiere y admira realmente a su maestra. Lo más que puede hacer, suponiendo que sea dueño de todas sus facultades, es tolerarla como tolera el aceite de ricino. La maestra puede ser la flor más hermosa del jardín pedagógico, pero lo más que niño consigue ver en ella es la imagen de una carcelera que podría ser peor.

Pienso que el período escolar es el más desdichado de toda la existencia humana. Está poblado de tareas insulsas e ininteligibles, de reglamentaciones nuevas y desagradables, de trasgresiones brutales al sentido común y el decoro. Un niño razonablemente despierto no necesita mucho tiempo para descubrir que la mayor parte de las enseñanzas con que lo atosigan son absurdas, y que a nadie le interesa realmente que las asimile o no. Sus padres tienden a aburrirse con sus lecciones y deberes, a menos que tengan una mente infantil, y son incapaces de ocultar este hecho cuando él los escudriña con sus ojos penetrantes. A sus primeros maestros los ve sencillamente como policías fastidiosos. A los posteriores generalmente los cataloga, con mucha razón, como asnos.

Una de las grandes tragedias de la juventud –y la juventud es la época de las verdaderas tragedias– reside por cierto en el hecho de que a los jóvenes se los pone primordialmente en contacto con adultos que no le inspiran respeto [...] Sus compañeros materiales, impuestos por los decretos inexorables de un estado desalmado e irracional, son las “señoras maestras”, de sexo masculino y femenino, o sea personas de vida trivial y pedestre, tan poco capaces de acicatear el espíritu de emulación de un niño sano como otras tantas comadronas u otros tantos empleados de la perrera.

No es extraño entonces que los escolares recurran a sus pares, en lugar de recurrir a sus maestros, para buscar estímulo. Sospecho que ésta es una de las causas principales de la delincuencia juvenil que prolifera en Estados Unidos, porque los muchachos que se destacan por encima de la masa y atraen a sus camaradas más débiles son los relativamente temerarios y díscolos. Pero cualesquiera sean las consecuencias, el hecho en sí mismo es bastante natural, porque un joven flagelado por un exceso de energía tiene sed de aventura y experimentación. Lo que le suministran sus maestros es casi siempre lo contrario. Las maestras tienen instintos de amas de compañía y los maestros casi nunca se elevan por encima del nivel de los jefes de boy-scouts y los secretarios de la Asociación Cristiana de Jóvenes. A un adulto le resultaría bastante difícil soportar semejante compañía, aun con la ayuda del alcohol y el cinismo. Para un niño que se está desarrollando, ésta es una tortura. [...] Hoy se ha extinguido la vieja pedagogía, y la reemplaza una ciencia nueva y complicada. Por desgracia, ésta es en gran medida obra de imbéciles, y por ende continúa el infortunio de los jóvenes. En todo el ámbito de la cultura humana no hay un gremio más fantásticamente inepto que el de los pedagogos. Si alguien lo duda, que lea las revistas de pedagogía. Mejor aún, que solicite una pila de las tesis que los Kandidaten escriben y publican cuando aspiran al doctorado. No se encontrará nada peor en la literatura de la astrología, la comercialización científica o la Iglesia de Cristo Científico. Pero para seguir su especialidad, las pobres “señoras maestras” deben afanarse por estudiarla e incluso por dominarla. No es extraño que sueñen con el amor doméstico dentro del marco de la ley, aunque ello implique la maldición de cocinar.

Los escolares de hoy se hallan expuestos a esta catarata de puerilidad desde que escapan del jardín de infantes hasta que se refugian en la universidad o en la esclavitud asalariada. ¿Sus vidas son felices? Pregúntese usted si sería feliz en el caso de que tuviera que escuchar durante seis o siete horas diarias los discursos de espiritistas o adventistas del Séptimo Día. A un niño inteligente debe resultarle espantoso someterse a semejante vivisección, y sin duda el hecho de que la pobre maestra también sufre no basta para mitigar sus tormentos. Ya no es suficiente que ella ame su arte y lo practique con esmero. También debe deslomarse todos los años en la escuela de verano, maldiciendo su suerte y superponiendo audazmente más y más capas de colorete. Al fin su mente se transforma en un negro abismo de gráficos y fórmulas, de estadísticas falsas extraídas de una psicología de pacotilla, y está tan poco capacitada para enseñar como lo está una máquina de sumar.

Deberíamos sentir más compasión por los escolares. La idea de que son dichosos corre pareja con la idea de que la langosta que cocinamos en la olla lo es. En muchos sentidos, son las peores víctimas, las más patéticas, de esa compleja trama de futilezas y crueldades que llamamos civilización. La raza humana es tan estúpida que nunca logró inculcarles por métodos indoloros y agradables las triquiñuelas y los desvaríos necesarios. Los gatos y los perros se portan mejor con sus crías, y otro tanto se puede decir, en verdad, de los salvajes. Todo lo que se enseña hasta el fin de la escuela primaria se le podría enseñar en dos años a un niño inteligente, mediante un sistema realmente científico, sin mayor crueldad que la que se pone en la extracción de un diente. Pero ahora la misma operación abarca nueve años y una larga serie de laparotomías sin anestesia.

¿En la escuela se aprende algo verdaderamente valioso? A veces lo dudo. Además, muchos hombres más sabios que yo lo dudan, aunque generalmente excluyen de sus objeciones la lectura y la escritura. La “señora maestra”, dicen, puede enseñarles a sus clientes a leer y escribir. Todo lo que aprenden luego lo asimilan por propia cuenta. Yo voy más lejos. Pienso que habitualmente los niños se enseñan a sí mismos, o los unos a los otros, a leer y escribir. Es posible que la “señora maestra” les muestre cómo se aprende, y despierte en ellos el deseo de cultuvarse, pero casi nunca les enseña realmente. Está demasiado ocupada redactando informes, aprobando exámenes, y esforzándose por averiguar qué es lo que los incontables “super-gogos” que la acosan quieren que haga y diga. Ella es tan infeliz como sus discípulos y odia el estudio con tanto encono como lo odian éstos.


Tipos humanos

El romántico (1918)
Existe un tipo de hombre cuya vista exagera inevitablemente, cuyo oído capta inevitablemente más de lo que la orquesta toca, cuya imaginación duplica y triplica inevitablemente los datos que le comunican sus cinco sentidos. Es el entusiasta, el creyente, el romántico. Es el tipo de hombre que, si fuera bacteriólogo, proclamaría que el estreptococo piógeno es tan grande como un perro San Bernardo, tan inteligente como Sócrates, tan bello como la Catedral de Beauvais y tan respetable como un profesor de la Universidad de Yale.

El creyente (1919)
La fe se puede definir en pocas palabras como la propensión a creer, contra toda lógica, que sucederá lo improbable. Por lo tanto tiene un regusto patológico. Se aparta del mecanismo normal del intelecto e ingresa en el reino tenebroso de la metafísica trascendente. El hombre lleno de fe es sencillamente aquel que ha perdido (o no ha tenido jamás) la facultad de razonar en forma clara y realista. No es un simple asno: está realmente enfermo. Peor aún, es incurable, porque el desencanto, que es en el fondo un fenómeno objetivo, no puede modificar definitivamente su dolencia subjetiva. Su fe asume la virulencia de una infección crónica. Lo que dice, en esencia, es lo siguiente: “Confiemos en Dios, quien siempre nos embaucó en el pasado”.

El médico (1919)
La higiene es la medicina corrompida por la moralidad. Es imposible encontrar un higienista que no envilezca su teoría de lo sano con una teoría de lo virtuoso. Todo el arte de la higiene se condensa, ciertamente, en una exhortación ética. Esto determina que en última instancia entre en un conflicto radical con la medicina propiamente dicha. El verdadero fin de la medicina no consiste en hacer virtuosos a los hombres sino en salvaguardarlos y rescatarlos de las consecuencias de sus vicios. El médico no predica el arrepentimiento, sino que ofrece la absolución.

El metafísico (sin fecha)
El metafísico es aquel que, cuando decimos que el doble de dos es cuatro, pregunta qué entendemos por doble, por dos, por tres y por cuatro. A cambio de semejantes preguntas, los metafísicos viven en las universidades con lujo asiático y se los respeta como hombres cultos e inteligentes.

El filósofo (1927)
En la historia humana no hay antecedentes de un filósofo feliz: sólo existe en la leyenda romántica. Muchos de ellos se suicidaron; muchos otros expulsaron del hogar a sus hijos y apalearon a sus esposas. Y esto no debe maravillarnos. Si queréis descubrir lo que siente un filósofo mientras práctica su profesión, id al zoológico más próximo y observad a un chimpancé consagrado a la tediosa e inútil tarea de espulgarse. Ambos sufren espantosamente y ninguno de ellos puede triunfar.

El altruista (1920)
Una buena parte del altruismo, incluido aquel que es totalmente sincero, se asienta sobre el hecho de que es incómodo estar rodeado de gente infeliz. Esto se aplica particularmente a la vida familiar. El hombre se sacrifica para satisfacer los deseos de su esposa, no porque le produzca un gran placer renunciar a lo que anhela para sí, sino porque le gustaría aún menos verla sentada con la cara larga ante la mesa común.

El iconoclasta (1924)
El iconoclasta cumple una función probatoria suficiente cuando demuestra, con su blasfemia, que este o aquel ídolo es vulnerable..., que por lo menos un visitante del templo sigue lleno de dudas. Quienes más hicieron por la liberación del intelecto humano fueron aquellos pícaros que arrojaron gatos muertos en los santuarios y luego salieron a trajinar por los caminos, demostrando a todos los hombres que el escepticismo, al fin y al cabo, no entraña riesgos: que el dios montado sobre el altar es un fraude. Una carcajada vale por diez mil silogismos.

El hombre bueno (1923)
En el mejor de los casos, el hombre es siempre una especie de animal unipulmonado, que nunca es absolutamente completo y perfecto en el sentido en que, digamos, una cucaracha es perfecta. Cuando ostenta una cualidad valiosa, casi siempre carece de otra. Dadle una cabeza y le faltará corazón. Dadle un corazón con cuatro litros de capacidad y su cabeza contendrá escasamente medio. El noventa por ciento de las veces el artista es un timador y un individuo proclive a seducir a las así llamadas vírgenes. El patriota es un fanático intolerante y, la mayoría de las veces, un jactancioso y un cobarde. A menudo el hombre dotado de coraje físico está, desde el punto de vista intelectual, a la altura de un clérigo bautista. El gigante intelectual padece de los riñones y es incapaz de enhebrar una aguja. En todos mis años de búsqueda por este mundo, desde la Puerta de Oro al oeste hasta el Vístula al este, y desde las Orkney Islands al norte hasta las costas del Caribe en el sur, jamás he encontrado un hombre cabalmente moral que fuera honorable.


Lo fusilamos de: H. L. Mencken, Prontuario de la estupidez humana, Barcelona, Ediciones Martínez Roca, 1992. Traducción de Eduardo Goligorsky, prólogo de Fernando Savater.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Caro,
En ...V... existen dos tipos de personas, los que le decíamos Benjamín y los que lo llamaban Don Benjamín. Yo soy de la segunda clase, solo para no ser como ella.
Señora, le escribo desde acá por que es más chistoso que nadie entienda y sé que lo va a leer... jajaja
Urbano ha dicho que…
Teléfonos fijos (que todavía existen y funcionan), email, celular, twitter, facebook, flickr, una vista rápida... tantas formas de comunicarse, y viene a hacer sus chistes privados acá. Respete, por favor.
Anónimo ha dicho que…
Urbano:
Lamentamos haberlo incomodado, el problema es que no tengo celular, ni twitter, ni flickr, ni vista rápida, podría decir que sólo uso el correo de la oficina y muy de vez en cuando el personal, casi nunca entro a facebook y nunca estoy en el fijo, así que entiendo por qué me quisieron hacer el chiste por este medio. Es muy sencillo y se lo comparto: a propósito de los textos sobre tipos humanos, Anónimo y yo conocemos a alguien que dice que en Villegas Editores hay dos clases de personas, etc., etc., y esto se nos ha convertido en una filosofía de vida. No es tan chistoso contado por escrito, así que no era para tanto. Pero ahí se lo compartimos para que no se sienta irrespetado. Podría terminar repitiendo lo que alguien muy sabiamente dijo: “Por eso...”
C.
Camilo Jiménez ha dicho que…
Ejem... perdón que los interrumpa, pero... ¿alguna opinión sobre Mencken, sus propuestas, sus ideas, en fin, los artículos que acá se fusilaron?
yacasinosoynadie ha dicho que…
No conocía a H. L. Mencken. Es verdad Camilo, esta lleno de frases memorables: "Muchos de nosotros ya estamos moderadamente alcoholizados y sin embargo conseguimos sobrevivir tanto como los puritanos"... esa mi hizo reír... Que buena esa propuesta de andar todos moderadamente borrachos para lograr un mundo ideal jajajaj.

Por algún motivo que no logro comprender me recuerda a las amables columnas que el argentino Gonzalo Garcés publica en el diario La Nación, creo que es el tono el que se me hace similar. Aunque en este caso la influencia sería de Mencken sobre Garcés y no al contrario...

Que putísimo buen fusilado, hace rato no me gozaba tanto uno, gracias Camilo.
danieljq ha dicho que…
"Una carcajada vale por diez mil silogismos".

Camilo, interesante descubrir a Mencken.

Me gustaron las definiciones en "Tipos humanos". Por otra parte, aunque con buenos trozos, me aburrí al rato con los otros dos fusilados. Me da la impresión que el señor Mencken se la pasaba mejor con textos breves, porque en los medianos se va haciendo fatigoso. No sé, a eso me supo. Habrá que echarle un buen ojo a más cosas. Gracias, como siempre.
JuanDavidVelez ha dicho que…
Esta muy bacano. El de "sacrificio" esta como para la revista soho obviamente en la seccion "diatriba", eso desde mi punto de vista de editor.

De verdad esta muy bacano, muchas gracias.
Martín Franco Vélez ha dicho que…
Buenísimo, Jiménez. El primero me hizo acordar de un amigo que siempre dice -y con razón- que uno debería vivir "copetón". Gran término. El segundo está genial. Y de las definiciones me quedo con la del filósofo. Ah, por cierto: ¿dejó la escaniada? Éste quedó más bonito, sin ese fondo blanco que es tan feo y sobre todo impersonal.
Anónimo ha dicho que…
¡Uffff!
En general denoto un tono pesimista y negativo , pero ya , siendo maestra , el relato "Sacrificio " ha sido tremendo .Por fortuna soy maestra en estos tiempos y por fortuna los niños aprenden con métodos con los que están asimilando conocimientos sin esa tortura de la que habla el autor.Hoy un maestro busca el método más agradable para enseñar y para que el alumno aprenda .(Según profesionales , claro está, no dudo que hay algunos que todavía sufren y por tanto hacen sufrir a sus alumnos , pero afortunadamente son los menos porque no son tan libres como antes de ejercer como se les antoje.
Sebastián ha dicho que…
No conocía a esta joyita de la literatura gringa. Gracias, Camilo. Lo del alcohol, graciosísimo: atestiguo que tomar whisky con agua produce melancolía. Y simpatizo con la idea: Churchill vivía siempre con una botellita en el bolsillo de la chaqueta, prendido, y así derrotó a Hitler. Sería bacano ensayar otras traducciones: esas me parecen demasiado ibéricas. Acá los pillé en inglés: http://www.io.com/~gibbonsb/mencken.html

De pronto traduzco esta que nos define a nosotros, los críticos blogueros, "Criticism of Criticism of Criticism": http://cscs.umich.edu/~crshalizi/Mencken/criticism-of-criticism-of-criticism/
Carlos ha dicho que…
Hola. He estado releyendo las entradas y los foros y me he divertido mucho; las discusiones más carnudas siempre tienen que ver con libros nacionales y eso está bien, entre más gente, (autores, críticos, periodistas, lectores) esté pendiente de nuestra literatura en construcción, creo que el camino será más fácil de leer y recorrer. Por otro lado, en este mes se cumplen dos años, así que felicitaciones y larga vida al blog. Saludo a todos.
Andrea Carolina ha dicho que…
Sera que Mencken no se da cuenta que este mundo esta levemente alcoholizado o mas alcoholizado que levemente? y pues... yo no veo que las ccosas hayan mejorado mucho o sean mejores ahora ni antes en el mundo alcoholizado.
Anónimo ha dicho que…
Mencken.

notable; suena a sudaca misantrópico enfadado. sólo que para los de este lado la bilis es más obvia, se explica fácilmente: nacer en un país a las orillas de toda la cultura. cuando un escritor estadounidense es crítico (o sea casi siempre) es tanto más loable. en eso, la cháchara antiimperialista es de una candidez supina, si no hay nadie más autocrítico de los Estados que un intelectual gringo con ganas, rayano en lo autodestructivo.

seguro que vivir en Baltimore ayudaba: un hueco en relación con las superciudades vecinas...
Samuel Andrés Arias ha dicho que…
Buenísima la definición de los médicos. Voy a pegar una placa en la Facultad de Salud Pública (eso que antes llamaban de "higiene") y en la de medicina, jejeje.
No conocía nada de Mencken, muy divertido, voy a seguirle la pista.
Gracias, Camilo.
Camilo Jiménez ha dicho que…
"El verdadero fin de la medicina no consiste en hacer virtuosos a los hombres sino en salvaguardarlos y rescatarlos de las consecuencias de sus vicios." Pega esa, Samuel, a ver si nos olvidamos de esos médicos regañones y terroristas, como tantos curas jesuitas de mi infancia.

En el número 1 de 'El Malpensante' hay unos aforismos misóginos con un muy sabroso veneno, para quienes tengan el ejemplar. Ahí lo conocí yo.
Camilo Jiménez ha dicho que…
"Copetón" es un gran término sin duda, Martín. He intentado adoptarlo en mi vocabulario, pero se me olvida. Será porque cuando me acuerdo no estoy copetón sino jincho.
carmenelectric ha dicho que…
los ángeles saben qué es lo que conviene catar a las cinco de la tarde...
y los demonios más!
Jose Luis ha dicho que…
El análisis de Mencien es de una puntualidad y atino muy aguda. Su estilo satírico puede confundir al lector, que pudiera despacharlo a la ligera, pero curiosamente las resonancias de sus argumentos muchas aún tienen vigencia, sobre todo su radiografía de la escuela.
Jose Luis ha dicho que…
Mencken,, me traiciona le intrepidez del "word corrector".